Durante los primeros días de la orden “Quédese en casa, manténgase seguro” comencé una rutina diaria de dar un paseo por la tarde por mi vecindario. En un soleado día de primavera volví de mi caminata para encontrar una maravillosa sorpresa: un vecino amable, muy probablemente un niño, había escrito con tizas de colores en mi entrada, “Te amamos”. Este gesto de amabilidad iluminó mi día. Y es un gran ejemplo de cómo nuestras palabras, nuestra consideración hacen la diferencia.
A lo largo de estos meses difíciles, han habido muchos resultados positivos: las familias pasan más tiempo juntas; los trabajadores de la salud, los oficiales de emergencias y seguridad y otros trabajadores esenciales han estado en el “frente” para mantener al resto de nosotros a salvo; los vecinos se han estado cuidando mutuamente; y nuestro propio personal diocesano, así como nuestros sacerdotes / diáconos y personal parroquial, siguen encontrando formas creativas de mantenerse conectados electrónicamente con la práctica de nuestra fe.
Sin embargo, en los últimos años hay una señal cada vez más preocupante de que la gente ya no parece dispuesta o puede participar en un discurso civil / educado / respetuoso; ser tolerante con cualquiera que tenga una opinion diferente, ya sea política, social o incluso espiritual. La negatividad generalizada expresada por algunas personas, el lenguaje completamente carente de cortesía y el giro hacia la violencia para expresar opinions y la indignación social son motivo de alarma. Todavía recuerdo vívidamente la fuerte forma en que mi madre me corregía cuando me portaba mal con mis hermanas o mi hermano diciendo “Si no puedes decir algo agradable, no digas nada”, consejo que trato de seguir hasta el día de hoy. Creo que nuestro mundo haría bien en prestar atención a ese consejo también.
Esto no significa que siempre debamos “ser amables” y evitar todas las situaciones de conflicto. A veces las circunstancias son tales que debemos amonestar a otros (miembros de la familia, amigos, compañeros de trabajo, incluso extraños). Especialmente cuando nos enfrentamos al mal o la inmoralidad, no nos atrevemos a mirar para otro lado. Debemos hablar. Nuestra fe nos llama, con toda caridad, a “hablar la verdad en amor”. Pero cómo hablamos es lo importante; eso es lo que está bajo nuestro control.
¿Recuerdan la historia del Evangelio sobre Jesús reuniéndose con la mujer en el pozo? En aquellos días, era inaudito que Jesús, un hombre judío, ni siquiera se acercara o hablara a una mujer en público, y mucho menos a una mujer que era Samaritana. Mientras recordamos la historia, Jesús inicia una conversación pidiéndole a la mujer un trago de agua. Y a medida que se desarrolla el encuentro, y la mujer revela más sobre sí misma, Jesús no la regaña ni la crítica; si no que, él la involucra en una discusión. Gradualmente, le hace saber que conoce muy bien sus relaciones pecaminosas pasadas y que está viviendo con alguien que no es su esposo. Finalmente, se revela a ella al decir que Él es agua viva. Como resultado de este encuentro, ella se convierte en una de las primeras “evangelizadoras”, difundiendo las “Buenas Nuevas” de que Jesús es el Salvador tan esperado, y resultando en que muchos Samaritanos se conviertan en creyentes.
Cuán diferente habría sido esa interacción si Jesús se hubiera enfocado solo en sus pecados, errores y fallas. O peor aún, ¿qué hubiera pasado si Él la hubiera ignorado simplemente porque era una mujer y pertenecía a un grupo étnico diferente? Ese tipo de crítica negativa y condescendiente habría alejado a la mujer Samaritana, no la habría acercado más a Jesús. Necesitamos preguntarnos: ¿nuestras propias palabras y acciones atraen a otros o los repelen? ¿Estamos respondiendo a nuestro llamado como “evangelizadores” y “discípulos misioneros” que están comprometidos a hablar la Verdad en el Amor?
Me gustaría invitarnos a todos a examinar nuestras relaciones con nuestros amigos, familiares, compañeros de trabajo e incluso con nuestros amigos de Facebook. ¿Les hablamos con amabilidad y respeto, incluso (o especialmente) cuando estamos en total desacuerdo con ellos? En otras palabras, cuando encontramos que es necesario confrontar a alguien que creemos que está fuera de lugar, ¿hablamos la Verdad con Amor como lo hizo Jesús?
En estas situaciones, puedo sugerirles que recuerden practicar las “3 P’s”: 1) Estar presente; 2) Ser prudente; 3) Ser orante (prayerful).
1. Estamos presentes cuando tratamos de escucharnos y entendernos por primera vez, y no solo esperar impacientemente a que la persona deje de hablar, o incluso interrumpirla, para que podamos expresar nuestro punto.
2. Jesús dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra”. Somos mansos o prudentes cuando somos honestos en las intenciones y motivaciones de nuestro corazón.
3. Lo más importante, ser orante (prayerful). Cuando hay alguien con quien estamos en total desacuerdo sobre los asuntos, es posible que no podamos cambiar su opinión, pero ciertamente podemos orar por ellos.
Jesús nos ha dado instrucciones muy claras sobre criticar a los demás, cuando dijo: “Deja de juzgar, para que no seas juzgado. Porque como juzgas, así serás juzgado, y la medida con la que mides se te medirá. ¿Por qué notas la astilla en el ojo de tu hermano, pero no percibes la viga de madera en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano, déjame quitar esa astilla de tu ojo, mientras la viga de madera está en tu ojo? hipócrita, *quita primero la viga de madera de tu ojo; entonces verá claramente para quitar la astilla del ojo de su hermano (Mt 7: 1-5).
Los días en que vivimos son realmente desafiantes: a medida que tratamos de navegar esta horrible pandemia, a medida que somos testigos de los disturbios civiles debido a las injusticias raciales, a medida que tratamos de lidiar con el estrés relacionado con las preocupaciones económicas y financieras, y así mucho más. Prestemos atención a la sabiduría del Papa Francisco que dijo: “Necesitamos ... recuperar un cierto sentido de deliberación y calma. Esto requiere tiempo y la capacidad de guardar silencio y escuchar. También debemos ser pacientes si queremos entender a aquellos que son diferentes a nosotros. Las personas solo se expresan plenamente cuando no son simplemente toleradas, sino que saben que realmente son aceptadas”.
“¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos, con el lenguaje un poco tranquilo? Lo que le sucedió a Pedro en la cárcel (cuando un Ángel de Dios lo liberó milagrosamente de sus cadenas y abrió la puerta a la libertad también nos sucedería); Así como entonces, las muchas puertas que nos separan se abrirían, y las muchas cadenas que paralizan se caerían. Y nos sorprenderíamos”.